sábado, 17 de abril de 2010

NUNCA ES TARDE CUANDO LA DICHA ES BUENA


Son numerosos los estudios hechos por psicólogos y psiquiatras que hablan de los bloqueos emocionales que tienen su origen en anhelos frustrados en la infancia o adolescencia. Pero éste no es el motivo por el que he escrito estas palabras que estáis leyendo; quiero compartir algo que, creo, puede ayudar a más de uno/a.
Tendría unos 9 años cuando me empeciné en regalarle a mi mejor amiguita, mi vecina, unos zapatos de gitana; uno de esos zapatos de color rojo con topos blancos. Ella y yo siempre andábamos juntos a todas horas; jugando, contándonos nuestras cosas y fantaseando con que éramos mayores y teníamos unos hijos que criar. Recuerdo que a ella le encantaba bailar, taconear las rumba catalana que sonaba en la radio o salía del tocadiscos de su hermana mayor, pero nunca pude cumplir ese pequeño sueño; entre otras cosas porque no tenía recursos para poder hacerlo: mi paga se limitaba a unas pocas pesetas semanales, y la dosificaba para poder completar la colección de fútbol de 1a división. Como podéis entender, ahorrar para unos zapatos con semejante paga era una empresa titánica para un joven romántico de 9 años.
Fue en la pre-adolescencia cuando cayó en mis manos la bibliografía completa de Sigmond Freud, y fue un par de años más tarde cuando descubrí que la salud mental pasa por renunciar con asunción a lo higiénicamente renunciable; a aquello que, de insistir y perseverar en nuestra mente de forma obsesiva, puede convertirse en una frustración permanente, de por vida. Ahora bien, también entendí que luchar por alcanzar lo deseado y lícito para que no llegue a convertirse en una pesada carga el resto de tus días, no sólo es justo, sino que es aconsejable. De lo contrario, el potencial de realización de la persona tiene muchos números de quedar truncado y sin alternativas.
Interioricé cada página, cada frase, cada palabra del honorable Sigmond y vi la luz donde otros sólo veían sombras: aceptar el fracaso era una opción; pero también lo era generar una alternativa que, anhelada con la misma intensidad, supliera y enterrara el pueril deseo pasado. Y así lo hice: pasaron unos pocos años y me di cuenta de que me gustaba más la madre de mi amiguita que mi amiguita. Así que aquel preadolescente decidió tomar las riendas de la vida en un osado acto que jamás olvidará.
Un 24 de abril, día de Sant Jordi en Catalunya, regalé a la madre de mi vecinita un hermoso conjunto de lencería rojo con diminutos topos blancos. Los beneficiosos efectos de aquel hecho no se hicieron esperar, y así, en una calurosa tarde de verano, puse punto y final a lo que, con toda seguridad, hubiese sido un trauma en mi futura vida adulta.
Aún ahora, varías décadas después, recuerdo con agradable nostalgia el moreno y terso vientre de la madre de mi amiguita, contrastando con el vivo rojo de su ropa interior... Aquel fue un verano de sudor y respiración entrecortada. Ahora, gracias a ella - a la mamá de mi dulce amiguita de la infancia-, sé que puedo desquitarme de la presión de mis propios deseos; ahora, o puedo con ellos o los cambio por otros mejores. El tiempo -llámalo años-, lejos de entorpecer, ayuda.

¿Tu jefe te ha regalado unos zapatos rojos a topitos blancos? Anda, cuéntame tu historia...

No hay comentarios: